Al
escuchar o leer que somos el templo en el que habita el Espíritu
de Dios... ¿Qué pensamos? ¿Qué sentimos? Quizá nos suceda
que digamos para nuestros adentros: “eso ya lo se, me lo han
enseñado desde pequeño” y con ello huyamos de la profundidad de
esta aseveración.
Dispongámonos
por un momento a encarar esta realidad...
- Que nos llena de alegría pues nuestro creador, que tanto nos ama, nos ha elegido como su morada.
- Que nos hace entender que todo el amor que necesitamos esta dentro de nosotros por que ahí está Dios y Él es amor.
- Que nos engrandece, pues más que solo hueso, carne y entendimiento, somos templo de Dios.
- Que nos duele al saber que somos nosotros quienes nos cerramos a Él y nos volcamos a nuestros afanes mundanos.
- Que nos responsabiliza de lo que somos, de lo que emana de nosotros; pues debemos ser testimonio de vida como cristianos en los que habita el Señor.
¿Si
somos un templo, le hemos dado la dignidad a la casa de Nuestro
Padre? ¿Acaso hemos convertido ese templo en un mercado... lleno de
intereses económicos, de superficialidad, de egoísmo? ¿Emana de
nosotros amor o solo proyectamos envidia, odio, rencor, violencia,
hostilidad?
Quienes
hayan construido una casa saben por experiencia propia que es un
proyecto que implica ahorros, privaciones y mucha dedicación,
disciplina.
Nosotros construimos en nuestro interior un templo...
Este
Domingo, como todos, estamos invitados a la Eucaristía en el
teatro a las 10:30.... y también a dialogar sobre este
fundamental tema de la disciplina. Deporte
y ajedrez como acostumbramos.
Los
esperamos